jueves, 31 de enero de 2013

De las "horribles" verdades y las "bienintencionadas" mentiras.

"La cruda verdad", "The ugly truth", "Verdad absoluta o verdad procesal". Nombres que justifican la necesidad de disfrazar la verdad, escondiéndose tras afirmaciones como "Una mentira que te haga feliz, vale más que una verdad que te amargue la vida...". Yo no sé en qué momento, decir o escuchar la verdad comenzó a ser perjudicial.

De niños, decir la verdad es lo único que sabemos hacer, de allí la frase "los niños no mienten...". Ellos van por la vida sin tabúes, ni complejos, sin vergüenza, siendo niños, viviendo, pero sin necesidad de agradar ni temor a ser juzgados.

En la adolescencia, decir la verdad se vuelve complicado, porque nos hemos dado cuenta que existe un mundo y que nos importa demasiado lo que allí piensan de nosotros. Y nos importa tanto, que comúnmente (unos más que otros), pasamos esa etapa intentando ser aceptados y aceptarnos. Por ende, aprendemos a disfrazar la verdad. La disfrazamos para ocultar travesuras, complejos, miedos, debilidades, anhelos, amores y hasta algunos gustos.

Cuando somos adultos, la verdad es enemigo público. Ya no se miente por beneficio propio, sino que (con un drama muy a lo Lupita Ferrer) se dicen verdades a medias, "por el bien del otro": Y decimos a nuestra pareja que se ve muy bien y aún nos gusta (mientras que vemos para los lados), en vez de sugerirle o acompañarle a un gimnasio. Y mentimos a un amigo diciendo "Si, haré lo posible por ir", en lugar de simplemente decir "No me provoca, gracias por la invitación". Nos inventamos un tema doméstico cada mañana al llegar tarde, en lugar de quedarnos callados (si nadie pide explicación) o simplemente admitir que nos quedamos dormidos. Se fingen las sonrisas, los orgasmos, el amor, el interés, la religiosidad, la fidelidad e incluso la compasión. Y ni hablar de mentiras “inocentes” que tal vez comenzaron con un "salí anoche con unos panas/unas amigas" y terminaron siendo un triángulo amoroso. 


A mis casi 30, debo reconocer que mentir no se me da bien, y no por no saber hacerlo, simplemente no comulgo con la idea (muy mártir) de cambiar "verdades incómodas" por "mentiras reconfortantes". Incómodas para otros y reconfortantes también para otros. Mientras les dosifico la verdad, intento convencerme yo, de que ese mapa que les estoy vendiendo es el territorio que ambos habitamos. Hace ya varios años pasé tiempo intentando ahorrarle "malos ratos" a quienes me rodean, pero ahora, admito que me siendo muy cómoda viviendo para ser feliz y no para “ser buena".  

Si en la vida no hay éxitos ni fracasos, solo resultados (según la PNL); entonces la verdad que decimos no tendría que pesarnos. Y si duele al que la escucha o tanto nos incomoda a nosotros mismos, quizás es momento de evaluar lo que hacemos, en lugar de maquillar lo que decimos. 

En fin, esto es solo mi punto de vista y confieso que aún estoy en el proceso de entender, que es tan válido como el de aquellos que van por la vida vendiendo "lavadoras que no lavan", disfrazadas en buen comercial.

Monik

1 comentario:

  1. totalmente de acuerdo :) . También creo que muchas veces tratamos de comprender la verdad al menos en nuestra vida cotidiana, siempre tratamos de constatar o verificar que la verdad es "verdad", y casi nunca le damos el valor que merece y en realidad la verdad no puede ser algo definitivo, sino un proceso de adecuación constante de la verdad y la experiencia. :)

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